MI LIBRO "MIS VIAJES POR TERRANOSTRA". PRIMER CAPITULO.

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Por John Beastson



Guten morgen, Divina pareja. Como supongo que sabéis, tengo una gran empresa llena a rebosar de científicos australianos calvos que trabajan día y noche para crear nuevo contenido en el Blog, y hoy...
PERO SI ESO NO ES VERDAD
¿Cómo que no es verdad?
ERES UN PREADOLESCENTE  QUE ESCRIBE EN SU BLOG
EN CALZONCILLOS ENCIMA DE LA CAMA
¡Eso no es verdad! eso no es cierto, yo...
POR NO DECIR CUANDO HACE CALOR Y...  Mute

¡Ja!, ¡pringada la pija!. Suerte que tenía mi silenciador a mano. Volviendo a lo que ya dije previamente: hoy habéis ascendido en la escala de poder número 5 en la escala de poder impuesta en 1640 por el monje alemán Anton Cedrik Hermann Dusendorf, más conocido como A. C. H. Dusendorf o simplemente Dusendorf. Y como ya habéis obtenido el suficiente conocimiento como para descubrir y maravillaros de esta gran historia, mi historia llamada: "MIS VIAJES POR TERRANOSTRA". (Sin clichés y con pocos elfos, HIPÓCRITASSSS XD)

Tengo que aclarar que el protagonista de esta historia se llama John beastson. No porque sea yo el protagonista, si no que yo me hago llamar así por el personaje principal de mi relato. Y ya, sin más preámbulos: "MIS VIAJES POR TERRANOSTRA"

CAPITULO 1: EL ZORRO
Me llamo John, y esta es mi historia. La historia del día en que mi vida cambió drásticamente. Una vida simple y sencilla, como todas las demás (o eso creía yo). Era contable en una gran empresa farmacéutica y mi jefe acababa de morir por sobredosis de medicamentos (ansiolíticos), dijeron que fue por el estrés del trabajo. Siempre hacía cosas de esas, y era muy normal verle fumando y bebiendo una copa de vino (o dos). Así que me encontraba feliz porque me habían ascendido por ello. Pero me daba pena la muerte de mi jefe, no era mala gente. Conmigo siempre se portó bien, éramos grandes compañeros y siempre me invitaba a sus fiestas.
Mis padres eran inmigrantes ingleses que se habían ido a vivir al sur de España. Mi padre, Peter Beastson, era profesor de literatura inglesa y mi madre, Melody Beastson, era profesora de filología inglesa. No los volví a ver desde que me compré mi perro, me dijeron que se habían vuelto a Inglaterra. De mi padre había heredado su afición por los libros, sobre todo de fantasía épica. Tenía una gran afición por los libros de Tolkien. Me leí dos veces El Silmarillion. En el colegio me llamaban friki, pero yo siempre les respondía: «No soy muy Friki, vosotros sois muy Muggles». Siempre tuve ganas de vivir mi propia aventura, luego aprendí que hay que tener cuidado con lo que uno desea, ya que puede hacerse realidad.
Vivíamos en un pequeño pueblo del sur de España llamado Peligro. No me imaginaba que el nombre de mi pueblo encerraría tanto peligro como el que iba a correr yo los siguientes días de mi vida.
Esa mañana estaba paseando a mi perro. Un día normal, como todos. Estaba muy feliz y emocionado por lo del ascenso. Hacía sol, los pájaros cantaban, olían genial las flores y el rocío mañanero caía grácilmente sobre las hojas.
Pero todo cambió cuando apareció el gato. Era un gato gordo, muy viejo. Tenía un ojo ciego. Cojeaba al andar. Se pavoneaba airoso. Mi perro reaccionó como si lo poseyera un ser maligno, o como si realmente lo fuera, y lo persiguió hasta un callejón oscuro y sombrío. No me acuerdo de mucho más, sólo que todo fue muy rápido y que me di un golpe en la cabeza terriblemente fuerte.
Y caí…
Un gran vacío…
Una luz cegadora…
Una pared impenetrable…
Un sopor… un gran sopor…


Cuando me desperté estaba en medio de un bosque. No tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí. Y ya no estaba mi perro conmigo. Ni el gato. Era un bosque de lo más extraño. Las hojas de los árboles eran blancas, las ramas finas como cabellos de ángel, los troncos rosas y gruesos como edificios.
Anduve un poco y me encontré con un pequeño zorro de color ámbar. Me miró extrañado, como si nunca hubiese visto un humano en su vida.
-¿Eres un humano?- me preguntó con ojos de asombro.
-¡Ah! ¡Un zorro que habla!-exclamé dando un salto hacia atrás.
-¡Shhhh! ¡Cállate nos puede oír el…!- hizo una larga pausa. Se le notaba la angustia y la aflicción en su mirada-¡Wenwanwaji!
-¿Y eso que …- no me dejó terminar mi pregunta, me mordió el tobillo y tiro de él con tanta fuerza que caí al suelo. Corrió hacía unos matorrales, arrastrándome con brusquedad. Era rápido como una gacela y exageradamente ágil para un zorro de su tamaño. Su cabello parecía ondear majestuosamente por el viento.
Me llevó lejos, muy lejos, hasta tres colinas más allá del bosque. No paró de correr hasta que llegó a la cima de una de ellas.
-¡Oye! Escúchame- Dijo el zorro en un gruñido- No sé quién eres o de dónde vienes. Pero ten cuidado o nos atrapará el wenwanwaji.
-Oye, yo tampoco sé quién eres zorro. Pero… ¿Qué es un wenwanwaji?- le dije. Pero no dijo nada. Se limitó a señalarme con su hocico el bosque donde me había despertado.  Y… Ahí estaba… 
Un ser monstruoso, negro. Con los ojos azabache. Tenía las manos retorcidas y esperpénticas. La cara andrajosa y con unos dientes negros como la tez, su cuerpo era desproporcionado con su cabeza enorme y disforme. Jamás había visto una cosa así ni siquiera en mis peores pesadillas.
-Eso es el wenwanwaji -dijo el zorro- era un león escapado de la tierra. Dejó que la muerte lo tocase y, la maldad le inundó y separó su alma de la tierra, desde entonces, ronda por el bosque de Wenai. Comiendo cualquier cosa que pudiese llevarse a la boca. ¡Qué pena!, era buena gente- lo dijo sin moverse, como si le resultase repulsivo mirarme- Por cierto… ¿Qué haces aquí?
-Bueno… Saqué a pasear a mi perro como hago todos los días. Persiguió a un gato viejo y gordo. Me caí y creo que me di un fuerte golpe en la cabeza y después me encontré aquí, y… y… No sé, zorro… yo…
-Me llamo: Ambayehuwadihakiwanadamukucasababunawachukiasana- me corrigió. Vio mi cara de perplejidad y añadió- Pero me puedes llamar Amwe. Y, por cierto, te encuentras en Terranostra.
El wenwanwaji nos miró. Arqueó sus cejas inmundas y extendió su mano retorcida para atraparnos.
-¡¡¡Corre desgraciado!!!- gritó Amwe. Saltó y corrió a toda prisa. Le seguí como pude, pero era demasiado rápido. Menos mal que el wewanwaji era increíblemente lento y se encontraba lejos de nosotros.
-¡Podrías dejar de correr tanto, por favor, esto me está empezando a hartar!-dije, gritando con dolor en las piernas.
 Cuando le perdimos de vista, Amwe me dijo:
-Llamaré a Wanisababu, para que te lleve ante la reina. Ella sabrá a dónde tienes que ir y qué hacer contigo, humano- emitió después un silbido gutural, casi lastimero. Cuando acabó de hablar, de las ramas de un árbol se bajó un pequeño silfo. Era feroz en apariencia pero dócil en realidad. Era regordete y tenía unos grandes ojos madreperlas. Llevaba una sutil coleta. Me recordaba a los duendecillos de mis historias de fantasía.
-¿Qué desea ¡oh! mi señor Amwe? ¿Qué mandas esta vez a este pobre silfo?- dijo con una voz sedosa y juguetona, con tono burlón.
-Lleva a este… lo que sea, ante la reina Malkia de Munguyayetu-dijo Amwe.
-Lo que usted desee, mi señor Amwe- me miró, me cogió de la pernera del pantalón y me tiró de ella. Después me soltó y se fue por el sendero más próximo.
-Síguelo, humano- me dijo Amwe.
Y eso hice. Le seguí, no sé muy bien porqué. No conocía a ese zorro, y ese silfo podía haberme atacado en cualquier momento. Pero, no tenía otra cosa que hacer. Estaba demasiado desesperado como para pensar. Simplemente le seguí. Hacia donde quiera que fuese.

Y esto ha sido todo por hoy. La próxima vez os daré más, mis pequeñas criaturas. Bueno os deseo buena suerte y fortuna a vosotros, divina pareja, y Gute Nacht.

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